La Catedral es “la Iglesia Madre” de todas las iglesias de la diócesis

 


 

«“La catedral”, antes que un edificio histórico que destaca por su belleza arquitectónica y los tesoros artísticos que custodia, es principalmente una realidad teológica. Es decir, su importancia le viene por lo que en ella acontece en relación con la obra salvífica de Dios en favor de su pueblo».

Como nos recuerda el Ceremonial de Obispos, la Catedral es un símbolo de la Iglesia visible de Cristo que en esta tierra ora, canta y adora a Dios, fuente y origen de todo bien. La Catedral ha de ser tenida por imagen del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, cuyos miembros –los cristianos- están unidos en la caridad y alimentados que los dones espirituales que Dios nos ofrece.

Por eso, la Catedral no es sólo un edificio que admiramos, sino un lugar que valoramos por lo que representa. No es un templo cualquiera. La principal función de la Catedral es la realización de la vida litúrgica de la Iglesia es su sentido más pleno, porque en esas celebraciones, con la participación plenaria del pueblo Dios en torno a su a su obispo, es donde aparece la Iglesia realizándose como «sacramento de unidad».

En el Directorio para la Vida y Ministerio de los obispos, leemos:

“Entre los templos de la diócesis, el lugar más importante corresponde a la iglesia Catedral, que es signo de unidad de la Iglesia particular, lugar donde acontece el momento más alto de la vida de la diócesis y se cumple también el acto más excelso y sagrado del oficio santificador (munus sanctificandi) del Obispo, que implica juntamente, como la misma liturgia que él preside, la santificación de las personas y el culto y la gloria de Dios. La Catedral es también signo del magisterio y de la potestad del Pastor de la diócesis”.

Así, pues, la Catedral constituye el símbolo visible de la potestad y responsabilidad del Obispo en la diócesis, es decir, la sede desde donde el Obispo ejerce su función de enseñar, santificar y regir a la porción del pueblo de Dios que se le ha encomendado.

La Catedral es “la Iglesia Madre” de todas las iglesias de la diócesis.

Un  ejemplo de esta función de madre que tiene la Catedral, con respecto a las demás iglesias de la diócesis, es la celebración de la Misa Crismal –dentro de la Semana Santa- en la que se consagra el Santo Crisma y los Óleos, que son llevados luego en pequeñas ánforas a las parroquias, expresándose así la unión efectiva de todas con la Iglesia Madre.

Por otra parte, al hablar de la Iglesia Catedral como signo de la comunidad cristiana nos referirnos, no a una comunidad local de la Diócesis, como es una parroquia, sino a la Diócesis entera. La Catedral no simboliza una parte de la Iglesia, sino a la Iglesia diocesana en su totalidad. En ella se refleja de alguna manera la historia de fe nuestra Iglesia Diocesana, pues de ella, como si de una fuente se tratara, fluyen los medios de salvación por los que Dios enseña, santifica y guía a su pueblo.

Todos deben conocer para qué sirve la Catedral y cuál es su significado. La Catedral no puede verse únicamente como un templo que admiramos por su arquitectura singular y mucho menos un  conjunto de obras de arte para la contemplación estética. La Catedral no es un museo. En la Catedral la Iglesia peregrina ora y celebra los misterios de la fe cristiana, particularmente la muerte y resurrección de Cristo. Si Jesús no hubiera resucitado y estuviera en medio de nosotros, el edificio de la Catedral no tendría sentido.

Por eso, quienes entran en la catedral para celebrar la fe, o los pasean por sus naves contemplando su arquitectura y las obras de arte que contiene, han de llevarse la impresión de que se encuentran ante un testimonio histórico en el que se descubre la unión entre el cristianismo y la cultura. Deben saber que todo lo que observan tiene un sentido religioso y es la expresión visible de la fe en Dios y del culto que le rinden los que creen en Él.

Y porque son expresión de fe y para cultivar la fe, todo lo que es y contiene visiblemente la Catedral debe ser respetado, conservado y cuidado en su verdad, es decir en el contenido y la finalidad para lo que fue hecho, porque ahí es donde reside su principal valor.

Como dijo Juan Pablo II, en la consagración de la Catedral de la Almudena de Madrid: “Vemos la figura y contemplamos la realidad: vemos el templo y contemplamos a la Iglesia. Miramos el edificio y penetramos en el misterio. Porque este edificio nos revela, con la belleza de sus símbolos, el misterio de Cristo y de su Iglesia”.


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