¿Qué son los Salmos?




Los salmos son poemas para orar. Hay que leerlos por tanto con sensibilidad poética. Sin embargo, los recursos poéticos de los antiguos no eran iguales que los que usamos actualmente. Así, por ejemplo, los versos en hebreo no riman. 
El procedimiento más típico de la poesía hebrea es el paralelismo, repetir la misma idea con otras palabras: «Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve» (Sal 71,3); «bendice, alma mía, al Señor; y todo mi ser a su santo nombre» (Sal 103,1); «alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos» (Sal 116,1). Obsérvese como las frases subrayadas son variaciones semánticas de la primera parte del verso. Estas repeticiones sirven para dilatar, mantener, repensar, amplificar, dejar un eco poético y emocional de la idea expresada. Son un modo de prolongar la exclamación sin perder la intensidad. Además, se establece como una especie de diálogo poético en el que el salmista expresa una idea y solicita al orante su participación con una respuesta: el paralelismo es su propuesta. Pero en la repetición siempre hay una diferencia, un salto gratuito de sentido, una novedad que permite dilatar la idea. 
Ahí radica la profundidad poética.
Además, los autores de los salmos emplean otros recursos poéticos como repeticiones de palabras y expresiones, quiasmos, símiles, metáforas, que ayudan a generar a atmósfera poética, etc. Y es que la poesía es un modo de expresar significados profundos, apasionados, a veces contradictorios, no fácilmente comunicables de otra manera.
En conclusión, el lector de los salmos debe acercarse a ellos con deseo y delicadeza para leer con sensibilidad su poesía y así poder hacer suya la experiencia orante que en ellos se alberga.

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